La pista enana.

Relato costumbrista y de fantasía de ambientación contemporanea.

La conversación se estaba poniendo profunda en casa de Fátima, quizá bajo la influencia de la botella de vino que se habían ventilado, con cuestiones como su hay una verdad objetiva, si la vida y el universo tienen un sentido, si existe Dios... El tema religión suele ser aun más peligroso que la política en una reunión de amigos, no solo acecha el riesgo de discusiones acaloradas si no el riesgo del ridículo. Sin embargo el ambiente era tan fluido que consiguieron continuar la charla amistosa y relajadamente. Puestos a definir sus posturas, la cálida Juana resultó ser agnóstica y materialista, Teo decía ser agnóstico pero a poco que se rascara salían ideas de la Nueva Era, filosóficamente relativista postmoderno, su novio Casimiro sin embargo era cristiano y de tendencia postmoderna, Fátima tenía unas creencias similares a su hermano Teo, Leonor era Baha'i no practicante y racionalista, Rosendo wica y relativista, Poli atea existencialista y Román agnóstico abierto al cristianismo y con curiosidad por otras religiones. Excepto a Rosendo, Román no conocía mucho a aquellos amigos de Fátima pero le parecieron majos.

Acabó la velada con la sensación agradable de la amistad compartida y de comprobar que eran una pandilla interesante, aunque con la nota melancólica de que Román sentía que su relación con Fátima no avanzaba y seguía instalada en la indefinición. Eran más que amigos pero no llegaban a ser pareja.

– ¿Vas hacia tu barrio? Te acompaño- le dijo Casimiro tras despedirse de Teo.

Casimiro le contó a Román que estaba yendo a una iglesia algo diferente y que le gustaría invitarlo.

– En realidad no soy una persona religiosa- objetó Román.

– Pero tienes cierta sensibilidad hacia lo religioso y eres un hombre curioso. Creo que te podría resultar interesante, al menos como experiencia.

Al final le picó la curiosidad porque Casimiro no encajaba en el modelo de un meapilas, el domingo fue a la iglesia de La Trinidad, instalada en un bajo en un barrio no muy periférico.

Llegó deliberadamente justo de tiempo, con la misa empezando, y tomó asiento en una silla cercana a la puerta. La sala no tenía mucha pinta de iglesia, más bien de sala de reuniones o de sala de actos de una asociación, solo la parte del altar tenía un aspecto más religioso. La disposición de los asientos no le facilitaba pasar desapercibido (como había pretendido) porque el altar no estaba al fondo de la sala si no en su lado derecho. Al fondo estaban un par de músicos y las sillas de los asistentes se situaban frente al altar formando un arco. Casimiro le saludó desde su asiento. Un hombre de unos sesenta años, con alba, parecía dirigir el culto, los fieles le iban contestando conforme a la liturgia. Cedió la palabra a una señora con alba, sentada en otra parte de la sala, que pronunció la oración penitencial y luego a otros intervinientes con alba o sin ella que hicieron lecturas bíblicas, la liturgia parecía desarrollarse de una manera bastante coral. Mientras se hacía la primera lectura Román se distrajo un poco y su mirada exploró los rostros de los asistentes. Le hizo gracia ver a una mujer joven con alba y estola, sentada en un extremo del arco de sillas de los asistentes, porque se parecía mucho a su amiga Elia, una ingeniera de mentalidad práctica y directa, bailona y desinhibida en sus relaciones con el sexo opuesto.

Al terminar la lectura del evangelio, la joven con alba se levantó, se dirigió al púlpito y pronunció la homilía. Román quedó estupefacto ¡Era Elia! No pudo entender mucho de la homilía porque estaba demasiado sorprendido como para prestar atención, pero parecía una predicación con contenido solvente. Después Elia consagró el pan y el vino. Román no pensaba comulgar, no se sentía cristiano como para participar en el rito, pero todo el mundo participaba de la comunión y una señora le animó a comulgar con un gesto acogedor y desdramatizador que lo desarmó. Al recibir el pan y el vino de Elia, esta le sonrió en gesto de reconocimiento y bienvenida.

Al acabar el oficio la gente se mostró alegre y amistosa. Casimiro se juntó con Román tomando el papel de anfitrión. Buena parte de los feligreses se quedaron a compartir cafés y pastas y Casimiro le hizo algunas presentaciones. Al poco Elia, ya sin vestiduras litúrgicas, salió del despacho o sacristía donde había entrado al acabar el oficio, parloteó con unos y otros mientras iba a servirse un té, y finalmente pudo acercarse a Román.

-¿Sorprendido?– le dijo al llegar hasta él. – La verdad es que si. – ¿Os conocíais?– preguntó Casimiro. – Desde secundaria- dijo Elia- pero Román no sabía que soy presbítera. Este señor es el culpable de que lo sea.

Todos miraron al sesentón que parecía dirigir el culto, que llegaba para unirse al grupo.

– ¿Hablabais mal de mi? – Si Telmo, les conté que por tu culpa me metí en estos líos- dijo Elia antes de presentarle a Román. – Te resististe un poco- le dijo Telmo a Elia- pero tus condiciones para el presbiterado estaban ahí, solo tenías que soltarte.

Román manifestó su interés por como Elia se había hecho presbítera, ella dijo que ya se lo contaría, que no quería aburrir a los demás con una historia que ya conocían. Román le tomó la palabra.

Unos días más tarde Elia, Román y Fátima quedaron a tomar café. Tan pronto se sentaron Román abordó la cuestión y le preguntó a Elia como se había hecho cura.

-No me gusta mucho el término cura, nuestra iglesia es una iglesia reformada y cura se suele usar hablando de presbíteros de la Iglesia Romana. Soy presbítera.

-¿Y desde cuando eres presbítera? – preguntó Fátima, que aun no había conseguido convencerse del todo de que Elia era una ministra religiosa.

-Hace un año y pico. Había visitado un par de veces la iglesia de La Trinidad y cuando Telmo, el señor que dirige el culto – añadió para que Román lo identificara-, supo que había estudiado teología, me invitó a predicar. Yo no me veía haciendo eso, pero lo hice y parece que gustó. La Trinidad llevaba un tiempo sin presbítero, con ocasionales visitas de presbíteros de fuera y Telmo organizando el culto, sin eucaristía a falta de presbítero, por lo que a los pocos meses varios miembros de la comunidad empezaron a animarme a ordenarme, al final me convencieron. Acepté porque la Trinidad es una comunidad de organización democrática y culto participativo, por lo que ser presbítera no me convierte en jefa, líder o gurú.

Fátima escuchaba a Elia boquiabierta.

-¡No me mires así!– Le reprochó Elia cordialmente.

-¡Tía! Es que no te pega nada el rollo religioso. Te conozco desde hace poco pero me parece que tu eres..., no se, espontanea, práctica, divertida, ligona...

-¿Y cuando estudiaste teología?– le preguntó Román extrañado de que hubiera compatibilizado esos estudios con su trabajo como ingeniera.

-Empecé a los dieciocho, en paralelo a ingeniería industrial, por una universidad católica a distancia. Un año y pico antes había muerto mi abuela Cristina y me había quedado muy tocada. Era la abuela que más me cuidaba de niña y para mi era un puntal de mi vida, así que tuve una crisis muy potente y quise buscar respuestas, aunque nunca había sido muy religiosa y a penas había hecho la primera comunión, quise explorar el tema religioso y, claro, siendo una buena estudiante lo quise explorar como sabía, estudiando. Así que al empezar la universidad también me matriculé en alguna asignatura de un grado en teología on-line, en una universidad católica. También leía algo sobre religiones orientales y cosas así. Mi interés por lo religioso se fue enfriando pero seguí estudiando un tiempo, por curiosidad.

-Dices que exploraste la religión estudiando porque eras estudiosa ¿Crees que no era la manera?– le preguntó Román.

-En parte si. A ver, cuando conocí la iglesia de la Trinidad vi que había gente con experiencias espirituales muy potentes y que no tenían apenas formación religiosa, fui descubriendo que me faltaba lo que ellos tenían, el acercarse a Dios con confianza y participar. Por eso el poco sentimiento religioso que tenía de adolescente se había enfriado a pesar de estudiar teología. Pero era la manera en que yo podía acercarme al tema en aquella época, lo que se ajustaba a mi manera de funcionar de estudiante “profesional”.

-Y a pesar de tanto estudiar aun tenías tiempo para ir de fiesta- le dijo Fátima.

-Cuando toca estudiar estudio, cuando toca divertirse me divierto.

-Ahora entiendo porqué últimamente preferías salir los viernes en vez de los sábados.

-Si, los domingos por la mañana los tengo ocupados.

La conversación se interrumpió cuando vieron llegar a Rosendo, Juana ,y Mencía, prima de Rosendo. Mencía vivía en Madrid pero cuando visitaba Marineda solía frecuentar la pandilla de su primo.

-Chicos, mejor nos sentamos fuera- dijo Juana.

-Si, vamos fuera- apoyó Rosendo al detectar cierta contrariedad en los tres amigos sedentes.

Fátima, Elia y Román no quisieron discutir, imaginando que sus amigos tendrían algún motivo para proponer el traslado, por lo que se levantaron, cogieron sus bebidas, avisaron al camarero y salieron a la terraza, pidieron bebidas. A Mencía se le veía especialmente satisfecha del cambio de mesa, encendió un cigarrillo y Román entendió cual era el motivo del traslado al exterior. El tema del que habían estado charlando quedó completamente cerrado con las nuevas incorporaciones y charlaron del viaje de Mencía y de que hacer en la ciudad, mientras la terraza se iba llenando de gente.

-¡Buf! ¡Que ambiente más cutre! Esto se está llenando de sudamericanos y enanos- se quejó Mencía cuando se llenaron las mesas colindantes, con un mohín de desprecio.

El comentario en voz alta les hizo recibir alguna mirada hostil que Mencía ignoró olímpicamente pero que hizo avergonzarse a los demás.

Al día siguiente por la tarde, Román recibió una llamada de Rosendo. Le dijo que no sabían nada de Mencía desde la mañana, le preguntó si la había visto. Román no sabía nada. Rosendo le pidió que le acompañara para buscarla y Román, sin ningún entusiasmo, aceptó. En realidad Mencía le caía bastante gorda, le parecía una mentecata que imaginaba ser una especie de aristócrata, una chica egocéntrica y desconsiderada, pero en honor a su amistad con Rosendo lo acompañó en la búsqueda. Fueron hasta la casa de la abuela común de Mencía y Rosendo, donde se alojaba esta y, con una buena provisión de copias de una foto de Mencía, salieron a caminar por los alrededores mostrando la foto a dependientes de tiendas, carteros y vendedores de lotería. Finalmente en una zapatería, la dependienta dijo reconocer a la desaparecida y les dijo que había visto a Mencía discutir airadamente con un grupo de enanos en la calle tras salir de la tienda. Siguieron la búsqueda, preguntando por Mencía y si habían visto algo raro relacionado con enanos. Un barrendero les dijo que había visto pasar un camión de enanos por una calle cercana, le había llamado la atención porque era una calle comercial y residencial en la que no era común ver pasar ese tipo de transportes, que suelen llevar materias primas y maquinaria, no productos de consumo o venta al público. Dedicaron un par de horas más a la búsqueda sin ningún resultado, por lo que, ya cansados, se retiraron a casa de Rosendo.

Rosendo llamó a un tío suyo, que acababa de poner la denuncia por desaparición, para comentarle los escasos hallazgos, este dijo que informaría a la policía. Al poco rato llegaron Juana y Fátima y pusieron en común sus pesquisas, desmoralizados por la falta de resultados.

-Solo hay un hilo del que podemos tirar, los enanos- dijo Juana.

Los amigos le dieron la razón, pero ya era tarde para intentar nada y lo dejaron para el día siguiente. Fátima le dijo a Rosendo que por la mañana lo acompañaría al centro de transportes de los enanos, situado en un polígono industrial en las afueras de la ciudad.

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Rosendo y Fátima entraron en el recinto del centro de transportes algo cohibidos por el ambiente marcadamente exótico. En todo el tempo que estuvieron en el centro de transportes no vieron más que tres sapiens. El lugar hervía de actividad, con camiones de factura enana, con dos o tres filas de asientos, llegando y marchando de la explanada, tras pernoctar en ella, cargar o descargar en la estación ferroviaria de mercancías adyacente o recién reparados en los talleres del centro. Los camiones no solamente llevaban mercancías si no que también llevaban pasajeros enanos en sus filas de asientos adicionales. Los enanos eran poco aficionados a usar los servicios de las compañías de transporte de pasajeros convencionales y aun menos a usar medios de transporte individuales, para ellos viajar juntos era parte de la sociabilidad enana y, dado que los camiones eran propiedad de las comunidades enanas, entendían que era natural que los enanos pudieran usarlos gratuitamente en sus desplazamientos. Esa costumbre facilitaba que los enanos desplazados para trabajar en zonas de hombres se movieran entre sus viviendas colectivas y sus lugares de trabajo sin recurrir a medios de transporte que no les resultaban agradables.

Preguntaron por Mencía a enanos del personal del centro de transportes, limpiadores, mecánicos y vigilantes. Recibían respuestas negativas desconfiadas. En algún caso, cuando dieron detalles de la desaparición y la relación de esta con los enanos, notaron reacciones hostiles. Se volvieron a sus casas frustrados y decepcionados y con la sensación de que alguno de los que les dieron respuestas negativas podían haberles ocultado información, dada la actitud desconfiada de los enanos con los que habían hablado.

Cuando comentaron su fracaso con Juana y Román, este manifestó su opinión de que las preguntas debían haber puesto suspicaces a los enanos.

-Pues no entiendo porqué, fuimos educadísimos- argumentó Fátima enfadada. -Los enanos han tenido muchas malas experiencias en su trato con los hombres, si aparecen unos sapiens por un espacio en el que se sienten en su ambiente, preguntando por una mujer desaparecida tras tener problemas con los enanos, es de esperar que se sientan señalados. -Si, si, “ya están estos patas largas acusándonos de cualquier cosa”, pensarán- apoyó Juana. -No es fácil entrar así, a puertas frías- opinó Román- nos haría falta alguna especie de mediador.

Rosendo meditó un momento antes de preguntarle a Juana por su amigo Lotho Ganapié.

-¿No se mueve bien entre enanos? -No es tan amigo- objetó Juana-, pero si, creo que tiene negocios con enanos. -Fue a la boda de tu hermana, a mi me parece bastante amigo ¿Por que no le preguntamos?

CONTINUARÁ.

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