Parte 2: Buscando problemas.

Unos días más tarde Elia, Román y Fátima quedaron a tomar café. Tan pronto se sentaron Román abordó la cuestión y le preguntó a Elia como se había hecho cura.

-No me gusta mucho el término cura, nuestra iglesia es una iglesia reformada y cura se suele usar hablando de presbíteros de la Iglesia Romana. Soy presbítera.

-¿Y desde cuando eres presbítera? – preguntó Fátima, que aun no había conseguido convencerse del todo de que Elia era una ministra religiosa.

-Hace un año y pico. Había visitado un par de veces la iglesia de La Trinidad y cuando Telmo, el señor que dirige el culto – añadió para que Román lo identificara-, supo que había estudiado teología, me invitó a predicar. Yo no me veía haciendo eso, pero lo hice y parece que gustó. La Trinidad llevaba un tiempo sin presbítero, con ocasionales visitas de presbíteros de fuera y Telmo organizando el culto, sin eucaristía a falta de presbítero, por lo que a los pocos meses varios miembros de la comunidad empezaron a animarme a ordenarme, al final me convencieron. Acepté porque la Trinidad es una comunidad de organización democrática y culto participativo, por lo que ser presbítera no me convierte en jefa, líder o gurú.

Fátima escuchaba a Elia boquiabierta.

-¡No me mires así!– Le reprochó Elia cordialmente.

-¡Tía! Es que no te pega nada el rollo religioso. Te conozco desde hace poco pero me parece que tu eres..., no se, espontanea, práctica, divertida, ligona...

-¿Y cuando estudiaste teología?– le preguntó Román extrañado de que hubiera compatibilizado esos estudios con su trabajo como ingeniera.

-Empecé a los dieciocho, en paralelo a ingeniería industrial, por una universidad católica a distancia. Un año y pico antes había muerto mi abuela Cristina y me había quedado muy tocada. Era la abuela que más me cuidaba de niña y para mi era un puntal de mi vida, así que tuve una crisis muy potente y quise buscar respuestas, aunque nunca había sido muy religiosa y a penas había hecho la primera comunión, quise explorar el tema religioso y, claro, siendo una buena estudiante lo quise explorar como sabía, estudiando. Así que al empezar la universidad también me matriculé en alguna asignatura de un grado en teología on-line, en una universidad católica. También leía algo sobre religiones orientales y cosas así. Mi interés por lo religioso se fue enfriando pero seguí estudiando un tiempo, por curiosidad.

-Dices que exploraste la religión estudiando porque eras estudiosa ¿Crees que no era la manera?– le preguntó Román.

-En parte si. A ver, cuando conocí la iglesia de la Trinidad vi que había gente con experiencias espirituales muy potentes y que no tenían apenas formación religiosa, fui descubriendo que me faltaba lo que ellos tenían, el acercarse a Dios con confianza y participar. Por eso el poco sentimiento religioso que tenía de adolescente se había enfriado a pesar de estudiar teología. Pero era la manera en que yo podía acercarme al tema en aquella época, lo que se ajustaba a mi manera de funcionar de estudiante “profesional”.

-Y a pesar de tanto estudiar aun tenías tiempo para ir de fiesta- le dijo Fátima.

-Cuando toca estudiar estudio, cuando toca divertirse me divierto.

-Ahora entiendo porqué últimamente preferías salir los viernes en vez de los sábados.

-Si, los domingos por la mañana los tengo ocupados.

La conversación se interrumpió cuando vieron llegar a Rosendo, Juana ,y Mencía, prima de Rosendo. Mencía vivía en Madrid pero cuando visitaba Marineda solía frecuentar la pandilla de su primo.

-Chicos, mejor nos sentamos fuera- dijo Juana.

-Si, vamos fuera- apoyó Rosendo al detectar cierta contrariedad en los tres amigos sedentes.

Fátima, Elia y Román no quisieron discutir, imaginando que sus amigos tendrían algún motivo para proponer el traslado, por lo que se levantaron, cogieron sus bebidas, avisaron al camarero y salieron a la terraza, pidieron bebidas. A Mencía se le veía especialmente satisfecha del cambio de mesa, encendió un cigarrillo y Román entendió cual era el motivo del traslado al exterior. El tema del que habían estado charlando quedó completamente cerrado con las nuevas incorporaciones y charlaron del viaje de Mencía y de que hacer en la ciudad, mientras la terraza se iba llenando de gente.

-¡Buf! ¡Que ambiente más cutre! Esto se está llenando de sudamericanos y enanos- se quejó Mencía cuando se llenaron las mesas colindantes, con un mohín de desprecio.

El comentario en voz alta les hizo recibir alguna mirada hostil que Mencía ignoró olímpicamente pero que hizo avergonzarse a los demás.

Al día siguiente por la tarde, Román recibió una llamada de Rosendo. Le dijo que no sabían nada de Mencía desde la mañana, le preguntó si la había visto. Román no sabía nada. Rosendo le pidió que le acompañara para buscarla y Román, sin ningún entusiasmo, aceptó. En realidad Mencía le caía bastante gorda, le parecía una mentecata que imaginaba ser una especie de aristócrata, una chica egocéntrica y desconsiderada, pero en honor a su amistad con Rosendo lo acompañó en la búsqueda. Fueron hasta la casa de la abuela común de Mencía y Rosendo, donde se alojaba esta y, con una buena provisión de copias de una foto de Mencía, salieron a caminar por los alrededores mostrando la foto a dependientes de tiendas, carteros y vendedores de lotería. Finalmente en una zapatería, la dependienta dijo reconocer a la desaparecida y les dijo que había visto a Mencía discutir airadamente con un grupo de enanos en la calle tras salir de la tienda. Siguieron la búsqueda, preguntando por Mencía y si habían visto algo raro relacionado con enanos. Un barrendero les dijo que había visto pasar un camión de enanos por una calle cercana, le había llamado la atención porque era una calle comercial y residencial en la que no era común ver pasar ese tipo de transportes, que suelen llevar materias primas y maquinaria, no productos de consumo o venta al público. Dedicaron un par de horas más a la búsqueda sin ningún resultado, por lo que, ya cansados, se retiraron a casa de Rosendo.

Rosendo llamó a un tío suyo, que acababa de poner la denuncia por desaparición, para comentarle los escasos hallazgos, este dijo que informaría a la policía. Al poco rato llegaron Juana y Fátima y pusieron en común sus pesquisas, desmoralizados por la falta de resultados.

-Solo hay un hilo del que podemos tirar, los enanos- dijo Juana.

Los amigos le dieron la razón, pero ya era tarde para intentar nada y lo dejaron para el día siguiente. Fátima le dijo a Rosendo que por la mañana lo acompañaría al centro de transportes de los enanos, situado en un polígono industrial en las afueras de la ciudad.

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