Exilio a la Nueva Ruta de la Seda

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La ciudad de Dàqiáng Zhèn, enclavada en medio de las vastas estepas de Asia Central, había sido diseñada para impresionar y controlar a partes iguales. Formaba parte de la Nueva Ruta de la Seda, un megaproyecto que no solo transformaba el comercio global, sino que también reconfiguraba la geopolítica y el destino de millones de personas. Daniel, de 32 años, se encontraba entre los más de 50.000 gallegos enviados a esa ciudad como parte de un acuerdo entre la Unión Europea y China que parecía salido de una novela distópica.

No había cometido ningún crimen. Su destierro se debía a las acciones de su padre, Antón Loureiro, un político nacionalista gallego que se había enfrentado abiertamente a la creciente influencia china en su tierra natal. Antón había liderado un movimiento que pedía poner límites a las inversiones chinas en sectores estratégicos en Galicia, pero su retórica encendida y su incapacidad de controlar a algunos de sus seguidores lo convirtieron en un personaje incendiario. Cuando estallaron disturbios y pogromos contra comerciantes y residentes chinos en ciudades como Vigo y Santiago de Compostela, las autoridades encontraron en Antón el chivo expiatorio perfecto.

China, que dominaba el escenario global en 2025, no toleraba ningún desafío a su autoridad. En una exhibición de su poder blando, negoció directamente con Bruselas. Galicia, que dependía económicamente de las inversiones chinas, quedó a merced de las decisiones estratégicas de Pekín. Uno de los precios por recuperar la estabilidad fue la reubicación de miles de gallegos, etiquetados como “hostiles a la cooperación internacional”, a enclaves como Dàqiáng Zhèn. Daniel fue uno de ellos, aunque su único “pecado” había sido compartir el apellido de su padre.


Una ciudad de nuevo cuño

Dàqiáng Zhèn no era una ciudad como las que Daniel conocía en Europa. Todo en ella parecía diseñado para maximizar la funcionalidad urbana y la productividad económica. A lo largo de sus avenidas rectilíneas, los rascacielos de cristal se alzaban como monumentos al progreso, y las zonas residenciales eran una reproducción precisa de las urbes modernas chinas: limpias, eficientes, pero faltas de alma. La presencia china era dominante, pero no opresiva. Había carteles en mandarín e inglés alabando el “Gran Sueño de la Ruta de la Seda”, y las políticas locales seguían un estricto manual de armonía: nada de confrontaciones directas, nada de gestos desafiantes, pero tampoco concesiones.

Los 50.000 gallegos reubicados formaban una comunidad aparte dentro de la ciudad, ubicados en barrios designados con nombres impersonales como “Zona Residencial G-4”. Aunque eran libres para moverse dentro de la ciudad, la segregación era evidente. Sus apartamentos eran funcionales, pero modestos, y sus trabajos, estrictamente asignados en sectores estratégicos como la construcción, el mantenimiento urbano o la industria ligera. Daniel, gracias a su título en ingeniería ambiental, fue asignado a un puesto en el diseño de sistemas de reciclaje de agua, una tarea que al menos le ofrecía cierta satisfacción profesional.


Una carga heredada

El exilio a Dàqiáng Zhèn había sido un golpe inesperado para Daniel. Antes de aquello, llevaba una vida tranquila en Vigo, trabajando en una consultora y manteniendo cierta distancia de las controversias políticas que rodeaban a su padre. En sus conversaciones familiares, solía advertir a Antón sobre las consecuencias de su retórica inflamatoria, pero su padre, testarudo y orgulloso, lo despreciaba como “demasiado pragmático”.

Cuando llegaron las deportaciones, Daniel intentó argumentar que no tenía vínculo alguno con las actividades políticas de su progenitor. No sirvió de nada. Para el sistema, su apellido era suficiente.

El viaje a Asia Central fue una humillación. Junto a otros gallegos, fue trasladado en trenes y aviones, sin explicaciones detalladas y con apenas sus pertenencias esenciales. Pero lo que más le dolía a Daniel no era la pérdida de su vida en Galicia, sino el veneno que sentía hacia su propio padre. Aquella experiencia le hizo ver a Antón como el egoísta que, al proteger sus ideales, había condenado a su propio hijo a un destierro.


Una vida en la urbe sin historia

A pesar de todo, la vida en Dàqiáng Zhèn no era tan terrible como Daniel temía. La ciudad, aunque carente de encanto, era segura. No había crimen, ni corrupción visible, y los deportados podían trabajar y enviar dinero a sus familias en Europa si lo deseaban. Daniel pronto se dio cuenta de que China no buscaba castigarlos, sino integrarlos en su ecosistema económico global. Por supuesto, había límites. Las críticas al régimen, aunque infrecuentes, se encontraban con un silencioso espectro de censura, y la posibilidad de regresar a Europa era prácticamente inexistente.

Daniel se levantaba temprano cada día para tomar un tren ligero hacia el distrito donde trabajaba. Su despacho estaba lleno de compañeros de diferentes países europeos, que también habían sido reubicados. La mayoría evitaba hablar de política; era más fácil centrarse en los pequeños placeres: un buen café, un libro, las breves conversaciones en el idioma común que iban desarrollando entre ellos.

Fue en esos momentos cuando Daniel empezó a sentirse parte de una extraña comunidad. Aunque cada uno tenía sus propias tragedias o resentimientos, su experiencia compartida en aquella ciudad los unía. Aprendió a disfrutar de las cosas pequeñas: una conversación sincera, una caminata al parque central, incluso el desafío de mejorar su mandarín, un idioma que al principio le parecía inabordable, pero que progresivamente le fue abriendo puertas.


Recuerdos y redención

A pesar de la rutina establecida, el peso del pasado seguía rondando la mente de Daniel. Por las noches, pensaba en Galicia, en el olor del mar y los días lluviosos en los bosques. Sabía que su exilio estaba enraizado en las acciones de su padre, pero también comenzaba a preguntarse si algún día podría encontrar una forma de reconciliarse con él.

Los residentes chinos en Galicia habían sufrido injusticias que no se podían ignorar. Las imágenes de negocios destrozados y familias aterrorizadas durante los pogromos no desaparecían de su memoria. Aunque nunca había estado de acuerdo con las opiniones de su padre, tampoco había hecho nada para contrarrestarlas. Quizás estaba pagando, de una forma indirecta, por su propia apatía.


Construyendo un nuevo futuro

Con el paso de los años, Daniel encontró algo que nunca esperó: estabilidad. No era feliz en el sentido pleno de la palabra, pero tampoco vivía una vida miserable. Había hecho amigos, aprendido un nuevo idioma y desarrollado una rutina en la que incluso encontraba momentos de satisfacción.

Entendió que Dàqiáng Zhèn no era el final de su vida, sino un capítulo diferente. Aprendió a desligarse del peso de los errores de su padre, cultivando una especie de paz interior que no dependía ni de Galicia ni de las decisiones externas.

Un día, mientras caminaba por una de las amplias avenidas de la ciudad, observó a un grupo de niños jugando bajo un cartel que celebraba la cooperación internacional entre Europa y China. Por primera vez en mucho tiempo, sintió algo parecido a la esperanza. Quizás no era el futuro que había imaginado, pero era un futuro que podía construir, día a día.

En el fondo, Daniel seguía siendo gallego, pero también había empezado a ser algo más: un ciudadano del mundo, destinado a vivir entre fronteras que, aunque impuestas, también ofrecían nuevas posibilidades.

Un Nuevo Camino: La Orden de Tritones y Sirenas

La rutina de Daniel en Dàqiáng Zhèn daba signos de estabilizarse cuando, en una conversación casual con uno de sus vecinos gallegos, escuchó hablar por primera vez de la Orden de los Tritones y Sirenas. Era una organización paramasónica con presencia en la ciudad, tolerada por las autoridades de Karakal y con un estilo mucho más relajado y diverso que las logias tradicionales. A diferencia de la masonería clásica, era mixta, más accesible y se enfocaba en el intercambio intelectual, la exploración filosófica y el desarrollo personal.

Lo que realmente llamó la atención de Daniel fue el detalle de que las ceremonias y los debates en la logia se celebraban en Interlingua, una lengua construida a partir de elementos comunes de las lenguas romances, lo que facilitaba la comunicación entre aquellos cuyos idiomas nativos compartían raíces latinas. La idea de poder conversar con personas de origen diverso, pero con las que compartía un trasfondo lingüístico y cultural, le resultó fascinante. Hasta entonces, Daniel sentía que su mundo social en Dàqiáng Zhèn era limitado, y unirse a la logia parecía una oportunidad de expandir horizontes.


La Iniciación en la Logia

El edificio donde se reunía la logia, una antigua biblioteca reconvertida en centro cultural, era modesto pero acogedor. En su primera visita, Daniel fue recibido por Márcio, un brasileño de mediana edad con una energía contagiosa, y Clara, una francesa amable y de risa fácil. La inclusión era palpable desde el primer instante, y aunque las ceremonias tenían un aire formal, estaban impregnadas de humor y camaradería.

La Orden no imponía grandes exigencias a sus miembros, más allá de la disposición al aprendizaje y al diálogo. Durante las reuniones, debatían temas que iban desde filosofía y literatura hasta ética y ciencia, siempre manteniendo un espíritu de respeto mutuo. Daniel se sintió atraído por la diversidad del grupo: había italianos, portugueses, latinoamericanos, españoles, y también algunos locales karakalís que hablaban fluidamente Interlingua.

Pronto, la logia se convirtió en una parte esencial de su vida. Allí encontró un espacio donde no solo podía hablar de ideas complejas y compartir sus pensamientos, sino también forjar amistades más profundas. Márcio y Clara se convirtieron en sus principales confidentes, y las reuniones, que incluían desde ceremonias simbólicas hasta cenas informales, le ofrecieron una vida social que había echado de menos desde que llegó a la ciudad.


El Encuentro con Adriana

Fue en una de esas reuniones de la Orden donde Daniel escuchó por primera vez sobre Adriana, una ingeniera rumana que trabajaba en Dàqiáng Zhèn. Aunque ella no era miembro de la logia, era conocida por algunos de los participantes. Con el tiempo, la vida quiso que ambos coincidieran en un evento organizado por la comunidad internacional de la ciudad. Fue una tarde soleada en el Parque de la Amistad, un espacio verde diseñado para simbolizar la cooperación global, donde varias culturas presentaban espectáculos y actividades.

Adriana estaba junto a un pequeño grupo de mujeres: Hanna, una alemana con un marcado sentido del humor; Luz, una peruana que trabajaba como periodista; Zuzana, una eslovaca aficionada a la fotografía, y Ming, una china encantadora que había abandonado Shanghái para buscar un nuevo comienzo en Karakal. Adriana destacaba por su elegancia discreta, su sonrisa cálida y su carácter sereno. Llevaba una camiseta sencilla y pantalones de deporte, pero era evidente que cuidaba de sí misma. Era atlética, tenía un porte confiado, y cuando hablaba irradiaba inteligencia y curiosidad por el mundo.

La conversación inicial entre Daniel y Adriana fue breve, pero dejó una impresión profunda en él. Hablaron sobre su pasión por los viajes y sobre la experiencia de vivir en un país tan singular como Karakal. Adriana le confesó que había llegado voluntariamente a la ciudad tras pasar varios años trabajando en Kazajistán. Allí había encontrado su vocación como ingeniera en proyectos de infraestructura sostenible.

—No soy de las que se queda en un solo lugar mucho tiempo, pero esta ciudad tiene algo que me intriga.

La imagen de Adriana quedó grabada en la mente de Daniel. Era el tipo de persona que hacía todo con un propósito.


Una Amistad Creciente

Con el paso de las semanas, Daniel y Adriana comenzaron a coincidir más a menudo. A veces era en encuentros sociales organizados por amigos en común, otras veces en el gimnasio donde ambos iban a entrenar. Adriana siempre parecía rodeada de sus amigas, que formaban una especie de pequeño “club multicultural”, pero nunca rechazaba la oportunidad de charlar con Daniel cuando se lo encontraba.

Aunque ambos compartían una conexión inmediata, Daniel no estaba seguro de cómo interpretar sus gestos. Adriana era naturalmente amable y agradable con todos, pero en ocasiones había algo en su mirada que sugería un interés más profundo cuando hablaban.

En una ocasión, después de un evento cultural, ambos decidieron pasear juntos por la ciudad. Caminaban por las amplias avenidas y los parques perfectamente diseñados de Dàqiáng Zhèn mientras discutían sobre literatura. Daniel mencionó su afición por autores como Gabriel García Márquez, y Adriana, con una sonrisa encantadora, le recomendó que leyera a Mircea Eliade, un antropólogo y escritor rumano que exploraba temas de espiritualidad y mitología.

—Creo que te gustará. Tiene una forma de conectar lo cotidiano con lo trascendental.

Daniel no pudo evitar sentirse cada vez más atraído por ella. Adriana no solo era guapa; era brillante, independiente y tenía una forma de ver la vida que lo fascinaba. Sin embargo, la duda lo atormentaba. ¿Era solo una amistad para ella? ¿O había algo más en esos paseos y en las conversaciones que se alargaban hasta la noche?


Sentimientos a Fuego Lento

Adriana, por su parte, también se sentía cada vez más cómoda con Daniel. Aunque al principio no le había prestado mucha atención, pronto comenzó a notar detalles de él que la cautivaban: su curiosidad genuina, su sentido del humor sutil y su forma de escuchar con atención. A menudo se encontraba pensando en sus charlas y, aunque no era el tipo de persona que se dejaba llevar fácilmente por sus emociones, algo en Daniel le resultaba diferente.

Pero Adriana era reservada por naturaleza. Había construido su vida con esfuerzo, moviéndose de país en país, y no estaba segura de si quería arriesgar su independencia emocional por alguien que, como ella, parecía estar de paso en aquella ciudad.


Un Paseo Bajo las Estrellas

Finalmente, una noche, después de una cena organizada por compañeros de trabajo, Adriana y Daniel se encontraron caminando juntos nuevamente. La ciudad estaba tranquila, y las luces de los rascacielos se reflejaban en los canales del parque central. Daniel reunió el valor para expresar lo que sentía, aunque de forma sutil.

—Sabes, nunca imaginé encontrar a alguien como tú en un lugar como este. Es curioso cómo la vida nos sorprende en los momentos menos esperados.

Adriana se detuvo, lo miró a los ojos y, con una leve sonrisa, respondió:

—La vida tiene sus formas de empujarnos hacia lo inesperado. Quizás eso es lo que la hace tan interesante.

Daniel no estaba seguro de si aquella respuesta significaba algo más, pero, por primera vez, sintió que había una chispa. Una chispa que prometía algo más que amistad.

Encuentro en el Círculo Social

La primera vez que Adriana conoció a Ming, la amiga china de Daniel, fue en un evento cultural organizado por la comunidad internacional de Dàqiáng Zhèn. Ming, una joven profesional de Shanghái que trabajaba como consultora de proyectos tecnológicos, tenía un aire elegante y sofisticado que contrastaba con su personalidad abierta y directa.

Durante la velada, Ming observaba con curiosidad la interacción entre Daniel y Adriana. Era evidente el interés mutuo, y como amiga cercana de Daniel, Ming no pudo evitar querer conocer más sobre la mujer que había capturado la atención de su amigo.

—Así que eres la ingeniera rumana que ha estado ocupando los pensamientos de Daniel —dijo Ming con una sonrisa pícara, mientras compartían una mesa en un pequeño café del centro de la ciudad.

Adriana, sorprendida por la franqueza, respondió con humor:

—¿Y tú eres la amiga que vigila que nadie se acerque demasiado a Daniel?

Ming rio abiertamente. Su risa era franca, sin artificios. Pronto comenzaron a conversar sobre sus experiencias como profesionales internacionales, sus vivencias en Dàqiáng Zhèn y sus perspectivas sobre la vida global.

Lo que más sorprendió a Adriana fue la profundidad de Ming. No era solo una profesional exitosa, sino alguien con una visión crítica del mundo, capaz de analizar con agudeza las complejidades de las relaciones internacionales y culturales.

—Daniel me ha hablado muy bien de ti —comentó Ming en un momento de la conversación—. Dice que eres la persona más interesante que ha conocido en la ciudad.

El comentario hizo que Adriana sintiera un leve rubor, algo poco común en ella. La complicidad entre Daniel y Ming era evidente, y eso le resultó reconfortante. No era una amistad posesiva, sino genuina.

Cuando se despidieron, Ming le dio a Adriana un consejo inesperado:

—No dejes que los miedos te impidan ver lo que puede ser una conexión especial. La vida en ciudades como esta es corta, y las oportunidades verdaderas son escasas.

Adriana reflexionó largo tiempo sobre aquellas palabras después del encuentro.

Un Día Gris y un Zapato Perdido

Llovía con intensidad sobre Dàqiáng Zhèn. No era un aguacero ligero, sino una lluvia persistente que parecía querer borrar los contornos de la ciudad, difuminando los rascacielos y convirtiendo las amplias avenidas en canales improvisados.

Daniel salía de la oficina cuando ocurrió. Un charco más profundo de lo esperado, un resbalón imperceptible, y de repente su zapato derecho desapareció, arrastrado por la corriente que bajaba por la acera. Intentó recuperarlo, pero la masa de agua gris lo había llevado hacia un sumidero, perdiéndose para siempre entre el hormigón y el asfalto.

Quedó con un pie completamente mojado, el calcetín empapado adherido a la piel, sintiendo el frío subir por su pierna. La imagen era casi cómica: un gallego deportado, parado en medio de una calle china de Asia Central, con un zapato menos, contemplando el lugar donde su calzado había desaparecido.

Pensó en llamar a Ming para que lo recogiera, pero decidió caminar. A veces la vida te quita un zapato, y lo mejor es seguir adelante.

Un Amor Bajo el Cielo de Asia Central

Los días de Daniel y Adriana en Dàqiáng Zhèn transcurrían con la intensidad contenida de quienes saben que algo profundo está sucediendo entre ellos. Durante semanas, su amistad había ido creciendo, alimentada por largas charlas, paseos por los parques de la ciudad y pequeñas confidencias que creaban un puente entre sus mundos. Aunque ambos sabían que algo más latía bajo la superficie, ninguno había dado el paso definitivo… hasta aquella noche.

Estaban sentados en un banco del Parque de la Amistad, un espacio donde las luces cálidas de la ciudad competían con las estrellas en el cielo despejado. Adriana acababa de empezar a dibujar un boceto. La cadencia con la que sostenía el lapiz entre los dedos, trazando líneas con precisión y calma sobre el papel, reflejaba la esencia de quién era: equilibrada, serena, pero con una chispa de atrevimiento.

Daniel rompió el silencio.

—¿Sabes? Estos momentos contigo son lo mejor que me ha pasado desde que llegué a esta ciudad. Bueno… en realidad, desde hace mucho más tiempo.

Adriana lo miró, sorprendida al principio, pero luego su expresión se suavizó en una sonrisa sincera.

—Daniel, creo que… —hizo una pausa, apartando su cuaderno— Creo que siento lo mismo.

Él, más valiente de lo que se había sentido en meses, tomó su mano.

—¿Lo dices en serio? Porque para mí tú no eres solo la mejor parte de estar aquí. Eres la única razón por la que esta ciudad se siente como un lugar al que pertenezco.

Adriana lo miró fijamente, como si evaluara la profundidad de sus palabras. Luego, con esa sonrisa serena que tanto lo atraía, respondió:

—Yo también me siento así contigo.

Fue un momento sencillo, sin grandes gestos ni dramatismos, pero absolutamente perfecto. La declaración mutua de amor quedó sellada con un beso bajo las estrellas, mientras una suave brisa de la estepa acariciaba sus rostros.


Presentando a los Amigos

La relación de Adriana y Daniel no tardó en hacerse pública entre sus círculos de amigos. La primera en enterarse, por supuesto, fue Ming, la amiga china de Daniel, quien no pudo contener una sonrisa triunfal cuando él le confesó la noticia.

—Sabía que esto pasaría. Tú mirabas a Adriana como si ella fuera la única persona en el mundo.

En cuanto a Adriana, sus amigas —Hanna, Luz, Zuzana y Ming (quien también formaba parte de su círculo)— se lo tomaron con la misma naturalidad. Mientras tomaban un café en una tarde perezosa, Hanna fue la primera en bromear:

—Bueno, ya era hora. Creí que iba a ser necesario empujarte hacia él.

Luz, la peruana del grupo, añadió con una sonrisa:

—Daniel tiene esa vibra de tipo tranquilo pero con una profundidad que atrae. Honestamente, siempre supe que terminarías con él.

Adriana se limitó a reír, disfrutando de las bromas y comentarios. Aunque compartía muchas cosas con sus amigas, su relación con Daniel se sentía íntima, personal, algo que pertenecía solo a ellos dos.


Excursiones y Momentos Compartidos

Con el inicio de su romance, Daniel y Adriana comenzaron a explorar juntos los alrededores de la ciudad, que ofrecían paisajes naturales sorprendentes dentro de la vasta y árida región de Karakal. Uno de sus lugares favoritos se encontraba a las afueras: un lago salado de aguas cristalinas rodeado de suaves colinas marrones.

Un Día a la Vuelta de la Logia

Aunque Adriana no formaba parte de la Orden de los Tritones y Sirenas, a veces preguntaba curiosidades sobre las ceremonias o los temas tratados. Una noche, después de que Daniel regresara de un ritual especialmente reflexivo, ella le esperaba en su apartamento con una cena sencilla preparada, algo que solía hacer cuando ambos terminaban tarde sus actividades.

—¿Cómo estuvo la ceremonia? —preguntó mientras servían el vino.

Daniel se rió mientras colocaba los platos en la mesa.

—Estuvimos hablando sobre cómo equilibrar nuestras expectativas con la realidad. Lo gracioso es que terminé pensando en nosotros.

Adriana frunció el ceño, interesada.

—¿En nosotros? ¿Por qué?

—Porque lo que tenemos es mucho mejor que cualquier expectativa que pudiera haber tenido cuando llegué aquí. Nunca imaginé que encontraría a alguien como tú en esta ciudad.

Adriana lo miró con una mezcla de ternura y diversión.

—Eres muy poético para ser ingeniero.

Él se encogió de hombros.

—Será la influencia de la logia.

Ambos rieron, y en ese momento, bajo la luz cálida de la cocina, quedó claro que lo que habían construido juntos no era solo un romance pasajero, sino algo con raíces profundas que los sostenían en una tierra que, de otro modo, habría seguido sintiéndose como un exilio.


Un Amor Que Florece

Daniel y Adriana continuaron compartiendo su tiempo, explorando la ciudad y sus alrededores, y, sobre todo, disfrutando de la conexión especial que los había unido. Cada excursión y cada charla nocturna eran ahora momentos que ambos compartían como parte de su historia conjunta.

El amor entre ellos no era dramático ni explosivo, sino algo sereno y constante, como las aguas de un lago al que regresaban una y otra vez, sabiendo que, en medio de todo lo extraño y desconocido en Dàqiáng Zhèn, habían encontrado su refugio.

Un Paseo en Bicicleta por Dàqiáng Zhèn El sol se derramaba sobre las amplias avenidas de Dàqiáng Zhèn, una de esas raras mañanas en que el cielo era despejado y la ciudad parecía menos fría y funcional que de costumbre. Adriana y Daniel habían decidido aprovechar el buen clima para recorrer la ciudad en bicicleta, una actividad que, aunque sencilla, les ofrecía una sensación de libertad en un lugar que a menudo podía parecer monótono. Para Daniel, que solía caminar o tomar el transporte público, la bici ofrecía una perspectiva completamente nueva de la ciudad. Para Adriana, acostumbrada a explorar cada rincón como si fuera parte de una expedición, era una oportunidad perfecta para compartir con él un poco de su energía contagiosa. Ambos llevaban bicicletas alquiladas en una de las muchas estaciones automáticas distribuidas por la ciudad. Eran modelos modernos, prácticos, diseñados para el estilo urbano que predominaba en Dàqiáng Zhèn. Adriana lideraba, con su mochila ligera ajustada a los hombros, mientras Daniel iba detrás, disfrutando del frescor del aire contra su rostro. El Distrito Financiero: El Corazón Reluciente de la Ciudad Comenzaron su recorrido en el distrito financiero, donde los enormes rascacielos de vidrio y acero competían por alcanzar el cielo. Reflexiones de luz se multiplicaban en las fachadas de los edificios, creando un espectáculo hipnótico mientras pedaleaban por las avenidas. —La primera vez que pasé por aquí, pensé que estaba en una maqueta —dijo Daniel, señalando hacia un edificio con un diseño futurista que aparecía en casi todas las postales de la ciudad. Adriana rió. —¿Sabes? Yo tuve la misma sensación. Todo es tan... perfecto y simétrico que casi parece irreal. Pero reconozco que me gusta. Hay algo tranquilizador en que todo esté tan bien organizado. A medida que avanzaban, esquivaban a los oficinistas que caminaban apresuradamente y a los tranvías silenciosos que seguían sus trayectos impecablemente programados. Aquí, el corazón económico de la ciudad parecía latir al ritmo constante de la eficiencia. El Mercado Internacional: Olores y Sabores del Mundo Desde el distrito financiero, giraron hacia el Mercado Internacional, un espacio vibrante donde la homogeneidad de la metrópolis se desvanecía, dando paso a colores, sonidos y olores que reflejaban la diversidad cultural de Dàqiáng Zhèn. Adriana frenó su bicicleta frente a un puesto de especias, donde el aire estaba impregnado de cúrcuma, canela y chile. —Cuando vine por primera vez aquí, supe que esta era mi parte favorita de la ciudad —dijo, bajando de su bicicleta y sujetándola con una mano mientras inspeccionaba un pequeño frasco de miel local. Daniel, todavía montado, miró alrededor, maravillado por la energía del lugar. Había comerciantes de todo el mundo: kazajos con sombreros tradicionales, vendedores chinos ofreciendo dim sum recién hecho, mujeres rusas ofreciendo tejidos bordados, y hasta un par de españoles que vendían jamón y aceite de oliva. —Tienes razón, esto es un oasis de humanidad —comentó Daniel, mientras sus ojos se perdían en un puesto lleno de frutas exóticas que nunca había visto antes. Adriana compró un par de pequeños pastelillos de miel y frutos secos. Se los pasó a Daniel mientras volvían a subirse a las bicicletas. —Te va a encantar —le dijo. Y tenía razón. El sabor dulce y crujiente le provocó una sonrisa inmediata. El Canal Dorado: Un Paseo junto al Agua Desde el mercado, tomaron un desvío hacia el Canal Dorado, un sistema de canales inspirado en las ciudades chinas tradicionales, con un toque moderno que lo hacía único. Las aguas tranquilas reflejaban el cielo de azul intenso y los edificios que se alineaban en sus orillas, mientras pequeñas embarcaciones cargadas de flores y mercancías se deslizaban lentamente. El carril bici que seguían serpenteaba junto al canal, flanqueado por árboles perfectamente podados que ofrecían sombra. Aquí, el ritmo de la ciudad era más lento, casi relajante. —¿No te parece curioso cómo esta parte de la ciudad parece estar diseñada para que olvides que estás en medio de la estepa? —comentó Adriana. Daniel asintió, observando una pareja que paseaba de la mano por la orilla, mientras un grupo de niños locales lanzaba pequeños barcos de papel al agua. —Sí. Es como si quisieran que este lugar pareciera un refugio en medio de todo lo demás. Adriana detuvo su bicicleta un momento, apoyando un pie en el suelo para mirar más de cerca una pequeña pagoda construida junto al canal. Era un lugar tranquilo, perfecto para sentarse y contemplar la vida que fluía alrededor. —Volvamos aquí algún día con un libro o un termo de café —sugirió, sonriendo mientras miraba a Daniel. —Es una cita —respondió él, devolviéndole la sonrisa. El Parque de la Amistad: Naturaleza y Contemplación Terminaron el recorrido en el Parque de la Amistad, un enorme espacio verde que servía como el pulmón de la ciudad. Era un lugar que ambos conocían bien, pero recorrerlo en bicicleta les ofreció una nueva perspectiva. Los senderos serpenteaban entre grandes extensiones de césped, flores cuidadosamente dispuestas y estatuas dedicadas a la cooperación entre naciones. Decidieron detenerse junto a un pequeño lago artificial donde una bandada de cisnes nadaba tranquilamente. —¿Otro momento especial? —preguntó Daniel, tomando asiento en uno de los bancos junto a ella. Adriana exhaló lentamente, mirando hacia el agua. —Sí, pero este es un poco diferente. Es especial porque estoy contigo. Daniel, tocado por sus palabras, le tomó la mano mientras el viento jugueteaba con su cabello castaño. —Podría hacer esto todos los días contigo y nunca me cansaría. Ella sonrió, acercándose un poco más a él. —Bueno, vamos paso a paso. Pero admito que no me importaría repetirlo más seguido. Ambos se rieron suavemente, disfrutando de la tranquilidad del parque y de la compañía mutua. Mientras las nubes comenzaban a cubrir el cielo, anunciando una ligera llovizna que caería sobre la ciudad, Daniel y Adriana se prepararon para regresar, guardándose en la memoria la sencillez y la felicidad de un paseo en bicicleta que, sin pretenderlo, se había convertido en otro capítulo especial de su historia juntos.

Un Fin de Semana de Tíos Impostores

Era un sábado por la mañana cuando Zuzana, la amiga eslovaca de Adriana, llamó para pedirles un favor. Zuzana estaba lidiando con un imprevisto de última hora: una reunión urgente en su empresa, algo poco habitual durante el fin de semana, y no tenía con quién dejar a sus dos hijos, Marek, de ocho años, y Lenka, de cinco.

—Son buenos niños, de verdad —se apresuró a decir Zuzana por teléfono—. Pero les encantará pasar tiempo con vosotros. Adriana, Lenka ya te adora.

Adriana, que tenía debilidad por los niños, aceptó sin dudar, arrastrando también a Daniel a la experiencia.

—No te preocupes, sobreviviremos juntos —le dijo Adriana, riendo mientras preparaba una pequeña mochila con algunos juegos de mesa y una merienda para llevar a casa de Zuzana.

Daniel, aunque un poco nervioso, decidió tomárselo como una aventura. Después de todo, no podía decirle que no a Adriana, especialmente cuando lo miraba con esa sonrisa entusiasta.


El Encuentro con Marek y Lenka

Cuando llegaron al apartamento de Zuzana, los niños los recibieron con entusiasmo. Marek, que ya estaba en la puerta con un juguete de dinosaurio en la mano, parecía intrigado por Daniel. Lenka, en cambio, corrió directamente hacia Adriana y la abrazó con toda la confianza que solo los niños son capaces de dar.

—¿Eres un caballero? —preguntó Marek a Daniel nada más verlo, sosteniendo su dinosaurio como si fuera un caballero medieval.

—Claro que sí —respondió Daniel, sonriendo mientras hacía una pequeña reverencia teatral—. Y tú, ¿eres un valiente caballero también?

Marek asintió con seriedad, como si el asunto fuera de suma importancia.

Adriana, mientras, ya estaba sentada en el sofá con Lenka, que insistía en mostrarle su colección de muñecas.

—Esta es Nora y esta es Sofía —explicó Lenka con una voz dulce, señalando a sus muñecas con trajes de colores.

Zuzana, agradecida por la rápida conexión entre los niños y sus cuidadores improvisados, salió corriendo hacia su reunión, dejando en sus manos la responsabilidad de una jornada completa con los pequeños.


Explorando el Parque con los Niños

Adriana y Daniel decidieron que lo mejor sería sacar a los niños al aire libre, así que se dirigieron al Parque de la Amistad, un lugar que ya conocían bien. Marek pedaleaba con su pequeña bicicleta mientras Daniel lo seguía corriendo, fingiendo ser un dinosaurio que lo perseguía, lo que provocó risas constantes del niño.

Lenka, por su parte, iba agarrada de la mano de Adriana, quien le enseñaba cómo reconocer las flores que crecían a lo largo de los senderos del parque.

—¿Esta cuál es? —preguntó Lenka, señalando una flor violeta.

—Eso es lavanda —respondió Adriana, inclinándose para que Lenka pudiera olerla.

—¡Huele bonito! —exclamó la niña, encantada.

Más tarde, se sentaron bajo un árbol para organizar un pequeño picnic. Adriana había traído bocadillos, frutas y galletas, mientras Daniel se encargaba de cortar pequeños trozos de manzana para los niños.

—Marek, ¿quieres más jugo? —preguntó Daniel, sosteniendo el cartón.

—Sí, pero no me pongas hielo. El hielo es para chicos débiles —dijo Marek con una seriedad tan cómica que Adriana y Daniel no pudieron evitar reír.

Lenka, entretanto, estaba demasiado ocupada jugando a intercambiar sombreros con Adriana como para prestar atención a su hermano.


Una Ocasión para Reflexionar

Mientras los niños corrían por los jardines después de comer, Adriana y Daniel se sentaron en un banco cercano para tomar un respiro. Desde ahí, los observaban jugar: Marek se había subido a un árbol bajo y Lenka estaba intentando atraparlo, riendo a carcajadas.

—Tienen muchísima energía —comentó Daniel, sonriendo mientras veía cómo Marek fingía ser un superhéroe que huía de Lenka, quien ahora era la “villana” de la historia.

Adriana lo miró con una expresión que mezclaba diversión y ternura.

—Sí, pero es bonito, ¿no crees? Ver cómo disfrutan de cada pequeño momento.

Daniel asintió, aunque no pudo evitar hacer una mueca de cansancio fingido.

—Definitivamente me hacen cuestionarme si tendría la paciencia suficiente para ser padre algún día.

Adriana lo miró de reojo, fingiendo sorpresa.

—¿Qué pasa? ¿No tienes instinto paternal?

—Quizás lo estoy descubriendo ahora mismo —respondió él con una sonrisa.

Adriana rio suavemente, mientras un pensamiento la atravesaba. Nunca había considerado en serio la posibilidad de formar una familia, pero ver a Daniel interactuando con los niños le hizo imaginar cómo sería tener un futuro más estable, menos nómada. No dijo nada en voz alta, pero sus pensamientos le provocaron una sensación cálida.


Un Final con Risas y Cansancio

De vuelta en casa de Zuzana, Marek y Lenka estaban cansados pero felices. Marek insistió en mostrarle a Daniel cómo había perfeccionado su “técnica de dinosaurio” durante el tiempo en el parque, mientras Lenka se quedó dormida en los brazos de Adriana antes de que pudieran leerle un cuento para la siesta.

Cuando Zuzana regresó, parecía aliviada al encontrar a los niños contentos y tranquilos.

—¡Gracias, de verdad! Les habéis hecho el día.

—Nosotros también lo hemos disfrutado —respondió Adriana, sonriendo mientras miraba a Lenka, que aún dormía profundamente.

De camino a casa, Daniel y Adriana caminaban en silencio al principio, pero luego él rompió el momento para decir algo con una mezcla de broma y honestidad:

—Bueno, creo que oficialmente sobrevivimos a nuestra primera misión como cuidadores.

Adriana rió, dándole un ligero empujón en el hombro.

—Lo hiciste muy bien para ser tu primera vez. Tal vez hasta tengas talento.

Daniel la miró con una sonrisa ladeada.

—¿Tú crees? Entonces tal vez debería empezar a pensar en practicar más seguido contigo.

Adriana le devolvió la sonrisa, pero no dijo nada. En cambio, se acercó un poco más a él, mientras ambos caminaban bajo las luces suaves de la ciudad, sintiendo que, así como entre ellos dos, en el día que acababan de compartir, había algo que se sentía perfectamente natural.

Un Fin de Semana en la Capital de Karakal

Daniel había encontrado en la carpintería una forma de expresión y relajación. En los momentos en que no podía acceder a un taller completo, se dedicaba a crear miniaturas: casitas de muñecas con muebles diminutos, objetos decorativos y pequeñas figuras religiosas. Esta afición le permitía mantener viva su pasión por trabajar la madera, incluso en los confines de su apartamento en Dàqiáng Zhèn.

Un fin de semana, Daniel y Adriana decidieron hacer un viaje a Nukus, la capital de la República de Karakal, junto con algunos amigos. La ciudad, mucho más pequeña que Dàqiáng Zhèn y con menos influencia china, ofrecía una experiencia más auténtica de Asia Central.

Al llegar a Nukus, el grupo quedó impresionado por el contraste con Dàqiáng Zhèn. Las calles eran más estrechas y bulliciosas, llenas de gente vestida con ropas tradicionales. El aroma de especias y el sonido de la música local llenaban el aire.

Paseando por el centro de la ciudad, se detuvieron en el colorido Bazar Mizdakhan. Allí, Daniel se maravilló con los artesanos locales que trabajaban la madera, creando intrincados diseños en puertas y muebles. Adriana, por su parte, se deleitó con los tejidos tradicionales y las joyas de plata características de la región.

Más tarde, visitaron el Museo Estatal de Arte de Karakalpakstán, conocido como el “Louvre de las Estepas”. Quedaron asombrados por la colección de arte vanguardista ruso y las antigüedades de la región de Corasmia.

Al caer la noche, el grupo se dirigió a una chaikhana tradicional para cenar. Se sentaron en el suelo alrededor de un dastarkhan, un mantel extendido con una variedad de platos típicos. La cena comenzó con una sopa caliente de cordero llamada shurpa, seguida del plato principal: palov, un arroz especiado con carne y verduras. También probaron el kazan kabob, carne asada con patatas, y samsa, empanadas rellenas de carne.

Durante la cena, un anciano local les contó historias sobre las tradiciones karakalpak, incluyendo la importancia del té en la cultura local. Daniel y Adriana se miraron, sorprendidos por la calidez y hospitalidad de la gente, tan diferente de la atmósfera más formal de Dàqiáng Zhèn.

Mientras saboreaban el postre, chak-chak (bolitas de masa fritas cubiertas de miel), Daniel comentó:

“Es fascinante cómo esta ciudad ha mantenido su esencia. Me recuerda un poco a Galicia, donde las tradiciones siguen vivas a pesar del paso del tiempo.”

Adriana asintió, pensativa. “Sí, hay algo especial aquí. Es como si el tiempo se hubiera detenido, pero de una manera hermosa.”

Al regresar a su hotel, ambos se sentían enriquecidos por la experiencia. Daniel ya estaba pensando en cómo podría incorporar algunos de los diseños tradicionales que había visto en sus próximos proyectos de carpintería en miniatura.

Este viaje a Nukus no solo les había ofrecido un respiro de la vida en Dàqiáng Zhèn, sino también una nueva perspectiva sobre la rica cultura de Karakal, dejándoles con ganas de explorar más este fascinante país.

Daniel se despertó temprano, como de costumbre, pero la ausencia de Adriana se hacía notar en el silencio del apartamento. Preparó su desayuno en solitario, un café y unas tostadas, mientras revisaba las noticias en su teléfono. La rutina era la misma, pero se sentía diferente sin la presencia de Adriana.

En la oficina, Daniel se sumergió en su trabajo, diseñando sistemas de reciclaje de agua para un nuevo complejo residencial. Su colega chino, Li Wei, notó su estado de ánimo más apagado.

“¿Todo bien, Daniel?” preguntó Li Wei durante el almuerzo.

“Sí, es solo que Adriana está de viaje en Rumanía visitando a su familia. La echo de menos”, respondió Daniel con una sonrisa melancólica.

Li Wei asintió comprensivamente. “Entiendo. Cuando mi esposa viaja, yo también me siento así. Pero el tiempo pasará rápido, ya verás.”

Después del trabajo, Daniel decidió pasar por el taller de carpintería comunitario. Trabajar la madera siempre lo ayudaba a despejar su mente. Esa noche, se concentró en tallar una pequeña caja decorativa, imaginando que sería un regalo perfecto para Adriana cuando regresara.

De vuelta en casa, cenó algo ligero mientras esperaba la llamada de Adriana. Cuando su teléfono sonó, Daniel sintió una oleada de alegría.

“¡Hola, cariño!” saludó Adriana, su rostro iluminando la pantalla. “¿Cómo ha ido tu día?”

Daniel le contó sobre su jornada, omitiendo cuánto la extrañaba para no preocuparla. Luego, ansioso por saber de ella, preguntó: “¿Y tú? ¿Cómo has encontrado a tu familia?”

Adriana sonrió ampliamente. “Están todos bien. Mi madre sigue igual de enérgica, preparando comidas enormes para todos. Mi padre ha estado mostrándome las mejoras que ha hecho en el jardín. Y mi hermana pequeña, ¿te acuerdas que te conté que estaba embarazada? ¡Ya se le nota la barriguita!”

Daniel escuchó atentamente, feliz de ver a Adriana tan animada. Hablaron durante casi una hora, compartiendo anécdotas y planes para cuando ella regresara.

Cuando finalmente se despidieron, Daniel se fue a dormir sintiéndose más conectado con Adriana a pesar de la distancia. Aunque la echaba de menos, sabía que estos diez días pasarían rápido y pronto volverían a estar juntos en Dàqiáng Zhèn.

Daniel recibió la noticia sobre la salud de su padre como un golpe inesperado. Su madre le informó por teléfono que Antón, su padre, necesitaba una cirugía urgente del corazón. La impotencia de no poder estar junto a su familia en Galicia debido a su condición de deportado en Dàqiáng Zhèn lo consumía.

“Mamá, ¿estás segura de que me estás contando todo? ¿No hay nada más grave que no me estén diciendo?”, preguntó Daniel, su voz teñida de preocupación.

“Hijo, te estamos diciendo todo lo que sabemos. La operación es delicada, pero los médicos son optimistas”, respondió su madre, intentando tranquilizarlo.

Cuando Adriana llamó desde Rumanía, Daniel no pudo contener su angustia. Le contó sobre la situación de su padre y sus temores.

“Daniel, amor, no te preocupes. Voy a ir a Galicia. Conoceré a tu familia y te mantendré informado de todo”, dijo Adriana con determinación.

Días después, Adriana llegó a Santiago de Compostela. La familia de Daniel la recibió con una mezcla de sorpresa y gratitud. La madre de Daniel, María, la abrazó con fuerza.

“Gracias por venir, Adriana. Daniel nos ha hablado mucho de ti”, dijo María con los ojos húmedos.

Adriana acompañó a la familia al hospital, donde pudo ver a Antón antes de su cirugía. El hombre, a pesar de su estado, mantenía un espíritu fuerte.

“Así que tú eres la famosa Adriana”, sonrió Antón débilmente. “Cuida bien de mi hijo, ¿eh?”

Después de la operación, Adriana llamó a Daniel con buenas noticias. “Tu padre está bien, Daniel. La cirugía fue un éxito y los médicos dicen que se recuperará completamente”.

Mientras tanto, en Dàqiáng Zhèn, Daniel enfrentaba otro problema. En el almacén de la empresa habían desaparecido materiales de alto valor, y las sospechas recaían sobre él. Su jefe, Li Wei, lo llamó a su oficina.

“Daniel, se ha abierto una investigación interna. Hasta que se aclare todo, tendrás que trabajar bajo supervisión”, explicó Li Wei, visiblemente incómodo.

Daniel, aturdido por la noticia, solo pudo asentir. Ahora, además de la preocupación por su padre, tenía que lidiar con esta injusta sospecha sobre su integridad.

Daniel recibió la orden de presentarse en la sede central de la empresa en Shanghái con una mezcla de ansiedad y alivio. Por fin tendría la oportunidad de aclarar su situación, aunque el viaje lo alejaba aún más de su padre convaleciente en Galicia.

Al llegar a Shanghái, se instaló en un modesto hotel cerca de la sede de la empresa. Su vecino de habitación, un hombre mayor llamado Wei, al enterarse de que Daniel era carpintero aficionado, le pidió ayuda para levantar unos tabiques en su casa. Daniel, agradecido por la distracción, aceptó. Trabajar con sus manos le ayudó a calmar sus nervios mientras esperaba su comparecencia.

Mientras tanto, Adriana, aún en Galicia con la familia de Daniel, recibió la noticia de su viaje a Shanghái. Sin dudarlo, decidió ir a su encuentro. Utilizó parte de sus ahorros destinados a la compra de un coche y solicitó días libres en su trabajo. Su determinación por estar junto a Daniel en ese momento crucial era inquebrantable.

El reencuentro en Shanghái fue intenso y emotivo. Se abrazaron con fuerza en el vestíbulo del hotel, las palabras sobraban. Esa noche, compartieron sus miedos y esperanzas, reafirmando su compromiso mutuo.

Al día siguiente, Daniel se presentó en el departamento de recursos humanos. La tensión era palpable mientras explicaba su versión de los hechos. De repente, para su sorpresa, Li Wei, un compañero con quien apenas había interactuado en Dàqiáng Zhèn, entró en la sala.

Li Wei presentó pruebas concluyentes: registros de seguridad y testimonios que demostraban que Daniel no podía haber estado involucrado en la desaparición de los materiales. Además, señaló inconsistencias en los informes de inventario que apuntaban a un error administrativo más que a un robo.

Los responsables de la investigación, visiblemente impresionados por la evidencia presentada, deliberaron brevemente. Finalmente, el jefe del departamento anunció:

“Señor Loureiro, a la luz de esta nueva información, queda claro que usted es completamente inocente de cualquier irregularidad. Le ofrecemos nuestras sinceras disculpas por las molestias causadas.”

Daniel y Adriana regresaron a Dàqiáng Zhèn con una sensación de alivio y renovada confianza en su futuro juntos. Sus amigos, emocionados por su regreso y la buena noticia, organizaron una pequeña fiesta de bienvenida en el apartamento de Ming.

La velada estuvo llena de risas, música y conversaciones animadas. Ming preparó platos tradicionales chinos, mientras Hanna sorprendió a todos con un pastel casero. Entre brindis y anécdotas, Daniel y Adriana compartieron detalles de su aventura en Shanghái y Galicia.

La fiesta se prolongó hasta altas horas de la noche, con todos celebrando no solo la exoneración de Daniel, sino también la fuerza de su amistad y comunidad en Dàqiáng Zhèn. Mientras la noche avanzaba, Daniel y Adriana intercambiaron miradas cómplices, agradecidos por haber encontrado un hogar lejos de casa y un amor que había superado todas las pruebas.