AUTORITARISMO EN LA CUEVA DE ALTAMIRA.

Recientemente he visitado el Museo Nacional de Altamira y ha sido una experiencia desagradable por la constante hostilidad del personal del museo. Excepto una de las trabajadoras (la más joven), mi familia y yo siempre nos encontramos con un trato hosco y autoritario por parte de las funcionarias del centro, riñendo constantemente y poniéndote reglas que se iban sacando discrecionalmente de la chistera.

Hay que tener en cuenta que para obtener una plaza como trabajador en un centro público como este hay que superar un examen, sin embargo, para acceder como visitante no hay que superar ningún examen, por lo que no cabe esperar que el visitante sepa las reglas (reales o inventadas) y usos y costumbres del museo. Si esta situación no les conviene, podrían valorar que, para visitar el museo, además de pagar la entrada hubiera que superar un pequeño examen on-line.

No sé si el trato desdeñoso y desagradable por las funcionarias se debía a que son conscientes de la condición laboral privilegiada y el estatus social que proporciona la condición de funcionario y pretendan dejar clara su condición frente al visitante-ciudadano-chusma que accede al museo. También puede ser que les jorobe trabajar en agosto (pese a que eso les permite coger vacaciones en temporada baja) o que la gran afluencia de público de agosto les suponga un esfuerzo mayor que dificulta el tranquilo disfrute de su canonjía.

Por otra parte, el sistema de reserva de entradas on-line (del que tanto se abusa desde la pandemia) tiene el efecto secundario (evitable pero que no se preocupan de evitar) de que los aspirantes a visitante que no han reservado entrada por ese sistema tienen que acudir al museo a primera hora de la mañana y guardar cola para conseguir las entradas de venta directa. A la hora que se forma la cola, hacia las 9, la entrada al aparcamiento está cerrada y el musculoso vigilante de la empresa privada subcontratada te dice con bizarría que no abren hasta las 9 y media, por lo que en la carretera de acceso al museo los coches de los visitantes aparcan anárquicamente invadiendo la acera. La cola avanza a paso de tortuga porque durante mucho tiempo es atendida por una sola trabajadora, cuando te llega el turno de ser atendido en la taquilla, fácilmente recibes el primer golpe de látigo de la hosca taquillera, para ponerte en tu sitio.

Al abrir el aparcamiento del museo, disminuye el número de coches mal aparcados fuera, número que vuelve a aumentar cuando el aparcamiento se satura y, tras vueltas y vueltas buscando una plaza libre, el conductor visitante se desespera y sale a aparcar a la carretera de acceso. Si te retrasas por las dificultades de aparcamiento, nueva regañina de las señoras funcionarias.

Apartado del edificio principal y de la entrada al recinto, hay uno más pequeño denominado “Espacio 1973” en el que seguramente están acostumbradas a la tranquilidad de un número menor de visitantes, por lo que parece que les molesta especialmente la afluencia de público, te reciben con desconfianza y una andanada de instrucciones verbales que incluyen el que las mujeres se pongan los bolsos-mochila por delante, argumentando que para prevenir que en un giro corporal pueda haber un contacto entre la mochila y alguna de las fotografías expuestas. Luego, durante la visita en sí a la exposición, la vigilancia es estrecha.

La que podría haber sido una visita tan agradable como la del Museo del Jurásico de Asturias, me ha dejado, en cambio, mal sabor de boca.